Vivimos probablemente el momento de los mayores retos y exigencias a los que nunca nos hemos enfrentado como sociedad global. Si algo define a los tiempos que nos toca vivir es la intersección de los mayores retos a los que ha hecho frente la humanidad con las mayores capacidades y potencialidades para generar y ofrecer soluciones innovadoras, que permitan responder a estos retos con fórmulas que creen valor social y económico.
Vivimos en un mundo con una población creciente que está empujando la capacidad de los recursos del planeta al límite, con las implicaciones geopolíticas que esto conlleva. Y vivimos en un mundo con una población con enormes desigualdades en el acceso a servicios esenciales –y que nosotros damos por supuesto- como la alimentación, la sanidad, la educación, la energía o las comunicación, con las tensiones sociopolíticas que supone.
“Vivimos en un mundo con una población con enormes desigualdades en el acceso a servicios esenciales como la alimentación, la sanidad, la educación, la energía o las comunicación, con las tensiones sociopolíticas que supone”
Todo ello en un planeta sometido a un proceso de cambio climático que exige de gobiernos y sociedades un compromiso radical para evitar llegar al punto de no retorno que comprometería seriamente a las futuras generaciones.
Pero también vivimos en un momento de enormes recursos y capacidades para enfrentarlos. Nunca antes nuestra sociedad tuvo una capacidad semejante de innovación y desarrollo tecnológico y de generación de valor -económico, social y medioambiental-, ni un bagaje igual de conocimiento, ni las capacidades de tratamiento y explotación del mismo para la búsqueda de soluciones a los retos y demandas de nuestro tiempo.
“Pero también vivimos en un momento de enormes recursos y capacidades para enfrentarlos. Nunca antes nuestra sociedad tuvo una capacidad semejante de innovación y desarrollo tecnológico y de generación de valor“
Vivimos en un mundo global y globalizado donde la innovación es la norma; donde internet, lo digital y las redes sociales aproximan a las personas como nunca antes en la historia, permitiendo compartir sueños y aspiraciones –a la vez que temores y frustraciones-, y que facilitan, cada vez más, que el despliegue de un espíritu de emprendimiento que muestra la confianza radical de las personas en su capacidad para superar cualquier barrera a la hora de aportar la solución a un reto social o económico.
La cuestión es qué vamos a hacer en esta intersección de retos y capacidades únicas para lograr reducir la brecha entre países y sociedades. No podemos dejar de tener presente que el cómo gestionemos esta intersección determinará de modo definitivo nuestra capacidad para construir un futuro viable y sostenible para nuestras sociedades.
Y esta responsabilidad no es exclusiva de gobiernos y organismos supranacionales cuyo papel principal, en definitiva, es regular y generar las condiciones para el adecuado funcionamiento de las sociedades y países.
Esta responsabilidad es también de las empresas en la medida que su papel en esencial en cualquier debate social y económico, y exige su iniciativa y participación activa a la hora de impulsar y compartir un diálogo entre los distintos actores públicos y privados con capacidad de crear las soluciones a retos que comprometen, para lo bueno y lo malo, el futuro de todos.
“Esta responsabilidad es también de las empresas y exige su iniciativa y participación activa a la hora de impulsar y compartir un diálogo entre los distintos actores públicos y privados con capacidad de crear las soluciones”
Tradicionalmente se ha considerado que la responsabilidad de reducir esta brecha correspondía a los gobiernos y los organismos supranacionales a través de los que coordinan sus esfuerzos. Este es el origen de los programa de cooperación al desarrollo como un conjunto de actuaciones con el propósito de promover el progreso económico y social global, que sea sostenible y equitativo, reduciendo de esta forma la brecha entre naciones y sociedades.
Respecto a los actores, si bien el protagonista inicial y principal son los organismos internacionales competentes y los gobiernos nacionales, las empresas han ido adquiriendo un peso creciente fundamentalmente por su capacidad operativa y agilidad a la hora de operar programas de desarrollo, si bien con una escala menor y focalizada en programas y actuaciones muy concretas, y desarrolladas muchas veces en alianzas con organizaciones internacionales.
“Las empresas han ido adquiriendo un peso creciente fundamentalmente por su capacidad operativa y agilidad a la hora de operar programas de desarrollo”
La cuestión que algunos pueden plantearse es por qué las empresas tienen que asumir un papel activo en las políticas de cooperación al desarrollo, ya que, aparentemente, éstas no tienen nada que ver con sus objetivos empresariales. La respuesta es que se trata de una cuestión estrechamente vinculada a la sostenibilidad.
En este sentido, la sostenibilidad es un modo de entender la gestión del sistema económico y social global que busca reducir los desequilibrios en los diferentes niveles del mismo –económico, social y medioambiental.
“La sostenibilidad es un modo de entender la gestión del sistema económico y social global que busca reducir los desequilibrios en los diferentes niveles del mismo –económico, social y medioambiental”
Pero es también una estrategia corporativa que persigue garantizar la consecución de los objetivos empresariales y la generación de valor económico, integrando, a la vez, la protección y sostenibilidad de los entornos sociales y medioambientales esenciales para su futuro, el de sus operaciones y el de sus stakeholders.
Es, en definitiva, un modelo de creación de valor más complejo, equilibrado e integral –económico, social y medioambiental- que busca crear valor para todos los actores del sistema.